Hace unas semanas escuché decir a una linda persona que se dedica a compartir su tiempo y vida con niños, a acompañarlos y respetarlos, que jugar era cosa de niños y que a los adultos ya no nos toca, que estamos en otro momento y a otra cosa.
Al instante pensé: "¡Vaya! se ha cargado mi blog y un tema completo de la formación de acompañantes sin pestañear..."
Su argumento es que si jugamos con los peques de manera activa, realmente estamos buscando sanar a nuestr@ niñ@ interior. Bueno, su argumento no es tan diferente del mío, ya que para conectar desde el juego con los peques propongo que conectemos con el niño o la niña que fuimos, le permitamos salir a jugar y sanar sus propias heridas si es que las tiene. En mi caso es un planteamiento en positivo, buscamos conectar y disfrutar ambos; en el caso que cuento se ve negativo mostrar ese niño o esa niña, porque no podemos perder nuestro rol de padres y madres. Y en ese punto es realmente donde encontré la diferencia...
Para mi ser madre o padre es mostrarte tal cual eres, con tus heridas y cicatrices, con las batallas agradables y con aquellas que mejor no hubieran existido. Esa o ese eres realmente tú. Y si soy o fui una niña herida, ¿por qué no contárselo a mis hij@s? o ¿por qué no permitirle a mi niña salir y juguetear con sus nuevos compañeros? Esa niña forma parte de mi, no es ajena a mi rol como madre o acompañante, ni lo será, porque no podemos separar las emociones de nuestro cuerpo, ni nuestro pasado de nuestro presente, porque las cosas no son lineales y mucho menos lo son todas las cosas que entran en juego, nunca mejor dicho, cuando uno ejerce su rol de madre o padre. Acaso ¿no sale la niña o el niño herido también en otras circunstancias? ¿En otros momentos en los que quizás nos cueste más controlar nuestra necesidad y respetar la de nuestr@s hij@s?.
Yo quiero jugar con mis hijos, quiero sacar la niña que habita en mi porque la acepto, y la quiero, quiero quererla para aceptarla y con ello aceptar la mujer que soy ahora y aceptar a la madre que soy y que crece de la mano de sus peques. De ese modo podré ver algo más de luz que me despierte y me guíe en este camino.
Quiero jugar con mis hijos si me apetece y si ellos lo necesitan, quiero mostrarle a ellos y a mi niña que para querer a los demás no basta sólo con tener la intención, sino que es necesario quererse a si mismo en primer lugar, porque no podemos dar lo que no tenemos... si en mi habita la incomprensión, la amargura, la soledad... eso será lo que ofreceré. Si en mi corazón hay amor y aceptación, amaré y aceptaré.
Jugar es terapéutico, jugar libremente, sin más pretensiones... sí, es terapéutico... y la misma persona de la que hablaba al comienzo hizo la afirmación... entonces, si tiene ese maravilloso poder, ¿por qué no utilizarlo conmigo misma? ¿por qué no compartir mi crecimiento con los que confían el suyo en mí? Ya se que la respuesta, el miedo, es que podamos anteponer nuestras necesidades a la de los niños, imponer nuestros criterios y olvidarnos de que ahora son ellos los que deben crecer sanos y felices, para que de adultos no tengan escondidos en el armario al niño herido. Pero en mi caso no es para que de adultos no jueguen y no conecten con sus hijos o hijas... Quizás para mi es más sencillo.
Juego y participio, me involucro, y les digo que si no están de acuerdo con algo que digo o hago que me lo hagan saber. Pero es que además ya no necesitan que se los diga, porque ellos son libres de expresar lo que sienten y piensan en cada momento, así que en el juego no será menos.
En casa somos libres de ser nosotros mismos, nos mostramos tal cual sin aparentar, dejamos sentirnos y que nos sientan... pero sobre todo jugamos, y mucho... porque jugar no es sólo cosa de niños, o sí, porque en casa seguimos todos siendo niños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario