Hoy he tenido una regresión: me he visto a mi misma con 4 años jugando con otros niños en casa de unos primos lejanos a llenar una botella con barro y simular que era un refresco. Recordé el olor, el tacto en mis manos, la sensación de felicidad que invadía mi cuerpo y hasta el sabor... sí, ¡comí barro porque estaba jugando a que era una bebida! y un potaje, y una pella de gofio, y cualquier cosa que se nos venía a la mente. Estaba manchada: la camisa, los zapatos, el pantalón, las manos, el pelo... y estaba más que contenta, tanto que aún hoy tengo ese recuerdo vivo en la cabeza.
Al mirar a Juan, me he visto a mi. Me miró con su cara llena de barro, con restos en el pantalón y en los zapatos, con las mangas mojadas y las uñas "enguarradas"... ¡y con una sonrisa de oreja a oreja diciendo: mamá, las piedras fuertes en el agua, fiiiun! (o lo que es lo mismo: mamá estuve tirando piedras al agua muy fuerte y sonaban en el aire).
Hoy hemos tenido un día en el campo de los que me gustan: correr por las piedras, recogerlas del camino, recolectar tesoros de la naturaleza, escuchar los pájaros y ver a las hormigas buscar comida, jugar con el agua y la tierra e incrustar los deditos de los pies y de las manos, darle pan a las palomas, respirar aire limpio y reír a carcajadas. ¡¿Qué más se puede pedir?!
A lo lejos, veía unos niños de entre 5 y 8 años recoger piedras y tirarlas a la presa, buscar animales, saltar entre las rocas, hacer de exploradores... ¡mil maneras de jugar sin necesitar nada más que lo que la propia naturaleza nos ofrece y pone a nuestro alcance!. No les hizo falta sofisticados juegos, planificación previa ni mucho menos un adulto que los guiara; simplemente dar rienda suelta a su imaginación. Y, como era de esperar, también demostraban estar felices y contentos.
Un día en el campo suele ser un ¡gran día!. En mi última entrada hablaba de los sentidos y cómo acompañar al bebé o niño en su día a día para estimularlos... una excursión en la naturaleza es de las mejores oportunidades.
Pablo descalzo pisaba la tierra húmeda, mientras sonreía y levantaba la vista como diciendo: ¡yuos mami qué es esto!. También se sentó, agarró un puñadito de la misma tierra y la deslizó entre sus dedos, una y otra vez. Miraba en la orilla cómo su yeyo y su hermano lanzaban piedras al agua, cómo salpicaban y escuchaba el sonido al chocar con el agua. Y sus ojos rasgados se abrían todo lo que podían asombrados ante tal maravilla. Y la brisa le daba en su carita, en su piel, y sacaba su lengüita para que también allí llegara el frescor. Y tras tanta actividad... ¡una buena siesta en el pecho de su papi!. Descansando también entre el murmullo de la brisa y las hojas de los árboles. Procesando toda esa información en su pequeña cabecita.
¡Parece todo tan bucólico! pero... ¡realmente sucedió así!. Disfrutando, experimentando, siendo libres de espíritu, mente y acción, descubriendo las leyes de la física en una actividad cotidiana., las matemáticas en el número de piedras que su tío le cargaba (y el lenguaje, y el medio...) Jugando y creciendo feliz.
Es cierto que la gente nos mira sorprendidos por varios motivos: aparecemos con dos bebés sin carritos, en este caso con las mochilas ergonómicas (en lugar de los fulares) para transportarlos, dejamos que toqueteen todo lo que se encuentran a su alcance (evidentemente aquello que pueda tener un peligro real no, como puede ser un fuego encendido o similar), si quieren dormir o descansar pues pegaditos a sus papis o en una mantita en el suelo cerca de la tierra y las piedrecitas... Además soy consciente de los prejuicios que la actividad de mis hijos conlleva. Recuerdo una persona muy cercana hacer el siguiente comentario una vez: "Estuvimos de asadero y había unos niños pequeños jugando en la tierra y el agua todo el rato, sucios, y la madre decía que así es como se divertían y como mejor se inmunizaban... ¡ay qué ver! yo no sé en qué están pensando esos padres..." Jeje, imagino que hoy en día opinará eso mismo de mi; esa persona y todas las que me miran asombrada mientras revuelvo la tierra con mis hijos.
¡Pero qué felicidad! quizás es que yo sigo siendo una niña... y todos los que estábamos hoy en este día con mis enanillos también. Mi prioridad es que mis hijos sean felices, y con ello que crezcan sanos mental y físicamente, que sepan resolverse en la vida, que amen y se sientan amados, que estén orgullosos de quienes son, que sean ellos mismos y se respeten. Entonces ¿qué tiene de malo jugar con el barro?... que te ensucias... ¡pues se limpia!.
Mientras los miraba jugar pensaba en más cosas qué hacer en un día de campo cuando ya sean un poco más mayores:
Al mirar a Juan, me he visto a mi. Me miró con su cara llena de barro, con restos en el pantalón y en los zapatos, con las mangas mojadas y las uñas "enguarradas"... ¡y con una sonrisa de oreja a oreja diciendo: mamá, las piedras fuertes en el agua, fiiiun! (o lo que es lo mismo: mamá estuve tirando piedras al agua muy fuerte y sonaban en el aire).
Hoy hemos tenido un día en el campo de los que me gustan: correr por las piedras, recogerlas del camino, recolectar tesoros de la naturaleza, escuchar los pájaros y ver a las hormigas buscar comida, jugar con el agua y la tierra e incrustar los deditos de los pies y de las manos, darle pan a las palomas, respirar aire limpio y reír a carcajadas. ¡¿Qué más se puede pedir?!
A lo lejos, veía unos niños de entre 5 y 8 años recoger piedras y tirarlas a la presa, buscar animales, saltar entre las rocas, hacer de exploradores... ¡mil maneras de jugar sin necesitar nada más que lo que la propia naturaleza nos ofrece y pone a nuestro alcance!. No les hizo falta sofisticados juegos, planificación previa ni mucho menos un adulto que los guiara; simplemente dar rienda suelta a su imaginación. Y, como era de esperar, también demostraban estar felices y contentos.
Un día en el campo suele ser un ¡gran día!. En mi última entrada hablaba de los sentidos y cómo acompañar al bebé o niño en su día a día para estimularlos... una excursión en la naturaleza es de las mejores oportunidades.
Pablo descalzo pisaba la tierra húmeda, mientras sonreía y levantaba la vista como diciendo: ¡yuos mami qué es esto!. También se sentó, agarró un puñadito de la misma tierra y la deslizó entre sus dedos, una y otra vez. Miraba en la orilla cómo su yeyo y su hermano lanzaban piedras al agua, cómo salpicaban y escuchaba el sonido al chocar con el agua. Y sus ojos rasgados se abrían todo lo que podían asombrados ante tal maravilla. Y la brisa le daba en su carita, en su piel, y sacaba su lengüita para que también allí llegara el frescor. Y tras tanta actividad... ¡una buena siesta en el pecho de su papi!. Descansando también entre el murmullo de la brisa y las hojas de los árboles. Procesando toda esa información en su pequeña cabecita.
¡Parece todo tan bucólico! pero... ¡realmente sucedió así!. Disfrutando, experimentando, siendo libres de espíritu, mente y acción, descubriendo las leyes de la física en una actividad cotidiana., las matemáticas en el número de piedras que su tío le cargaba (y el lenguaje, y el medio...) Jugando y creciendo feliz.
Es cierto que la gente nos mira sorprendidos por varios motivos: aparecemos con dos bebés sin carritos, en este caso con las mochilas ergonómicas (en lugar de los fulares) para transportarlos, dejamos que toqueteen todo lo que se encuentran a su alcance (evidentemente aquello que pueda tener un peligro real no, como puede ser un fuego encendido o similar), si quieren dormir o descansar pues pegaditos a sus papis o en una mantita en el suelo cerca de la tierra y las piedrecitas... Además soy consciente de los prejuicios que la actividad de mis hijos conlleva. Recuerdo una persona muy cercana hacer el siguiente comentario una vez: "Estuvimos de asadero y había unos niños pequeños jugando en la tierra y el agua todo el rato, sucios, y la madre decía que así es como se divertían y como mejor se inmunizaban... ¡ay qué ver! yo no sé en qué están pensando esos padres..." Jeje, imagino que hoy en día opinará eso mismo de mi; esa persona y todas las que me miran asombrada mientras revuelvo la tierra con mis hijos.
¡Pero qué felicidad! quizás es que yo sigo siendo una niña... y todos los que estábamos hoy en este día con mis enanillos también. Mi prioridad es que mis hijos sean felices, y con ello que crezcan sanos mental y físicamente, que sepan resolverse en la vida, que amen y se sientan amados, que estén orgullosos de quienes son, que sean ellos mismos y se respeten. Entonces ¿qué tiene de malo jugar con el barro?... que te ensucias... ¡pues se limpia!.
Mientras los miraba jugar pensaba en más cosas qué hacer en un día de campo cuando ya sean un poco más mayores:
- Buscar conejos y sus madrigueras
- Recoger plumas de las aves
- Buscar piedras con formas y colores extraños
- Buscar insectos
- Buscar frutos o semillas caídas
- Seguir un sendero y pasear
- Sacar fotografías
- Hacer dibujos en la tierra
... y todo lo que ellos mismos me puedan proponer. Pero ahora siguen siendo muy pequeños y los que les gusta es explorar, observar, experimentar y jugar. Jugar y ensuciarse en el barro.