sábado, 11 de abril de 2015

Cuando el Amor se multiplica (I)

Soy la mayor de tres hermanos, así que en mi infancia escuché en muchas ocasiones eso de "¿se tienen celos?" "A lo mejor tiene pelusilla"... Y otras tantas cosas que hacían referencia a la relación con mis hermanos y el amor que nuestros padres nos ofrecían.

Quise ser madre de varios niños, crear una familia en la que hubiera hermanos con los que compartir experiencias; yo aún recuerdo con mucho amor las horas junto a los míos,y ciertamente me parece algo mágico el vínculo que tenemos. El único dolor o espinita que quedaba eran las comparaciones, los "tu hermano es esto y tú lo otro", no sólo de familiares sino también de profesoras, ya que acudíamos al mismo colegio, y eso que "a priori" yo era "la mejor" parada, la que estudiaba, la que sacaba notas, la obediente... Y con el tiempo hizo resentir mi relación con ellos en algunos momentos.

Al ser madre, en mi segundo embarazo, quise romper con esos patrones culturales de: "eres el mayor" "tú eres más pequeño" "los hermanos se tienen que querer" y permitir que el vínculo entre ellos se formara por sus propias vivencias y emociones, tal y como lo viví yo pero sin la presión social, sin la obligación.

Para ello, recordé todas esas cosas que por intuición ya había puesto en práctica cuando trabajaba con niños y adolescentes que no eran mis hijos, con los que tenía que compartir mi atención y cariño. Indagué y leí mucho sobre psicología infantil, sobre las relaciones entre hermanos, sobre las necesidades y el amor que surge de las relaciones familiares, y, la frase que más caló en todo ese proceso de búsqueda fue: "cuando tienes 2 o más hijos el amor se multiplica". ¡Justo lo contrario a lo que había escuchado siempre!, eso de compartir el amor... ¡Yo era capaz de generar tanto amor como ellos necesitasen y a mi me apeteciera dar!. 

Y me permití actuar en consecuencia

La primera persona en ver a Pablo tras el parto fue Juan. Ya desde antes hablamos de lo que implicaba tener un hermano, le contábamos cómo nos imaginábamos la vida con otro niño en la familia, y él con 16 meses ponía caras, decía alguna palabra e íbamos identificando qué sentía. Aceptábamos sus emociones, sus enfados y le poníamos palabras a lo que nos comunicaba, y sobre todo, le queríamos y le abrazábamos. Acoger a Pablo en nuestra vida implicaba seguir queriendo a Juan como el ser individual que es, con su esencia y su modo de ver el mundo. Y estar para los dos. 

A medida que fueron creciendo, Pablo también fue manifestando sus propias inquietudes, sus ganas de estar o no con su hermano, "de compartir" a su mamá... Y volvía a nosotros la multiplicación: el amor de nosotros crece y crece para los dos, para amar a los dos. 

Actuar en consecuencia para nosotros implicaba atender a las necesidades afectivas de ambos, acompañar a ambos y respetar a ambos. 

Antes de ellos nacer, me encantaba fantasear con una familia llena de niños que se amaban y cuidaban entre ellos, que les gustaba estar juntos, y que convivieran felices. Y por supuesto tras nacer ellos mi corazón seguía alimentando ese deseo, y permití que así fuera dejando que se construyera el vínculo, sin obligaciones ni prejuicios. 

En estos 4 años hemos vivido momentos muy duros, y no tanto por los celos o no celos, sino porque acompañar tal y como lo hacemos nosotros requiere de un esfuerzo que quizás no preveíamos sería así, y que también interfiere en nuestra relación con ellos y en cómo estamos atendiendo sus necesidades. Duros porque a veces hemos experimentado angustia o preocupación sobre si lo que hacíamos realmente germinaría como esperamos. 

En estos 4 años hemos vivido momentos maravillosos, mejor de  lo que nos imaginamos. Momentos de amor puro, de cuidado, de abrazos, de besos, de ser una piña, una familia... Escuchar: "lo que más quiero en el mundo es a papi a mami a mi hermano y a mi" es mucho más de lo que esperamos. La empatía y el acompañamiento que con tan tierna edad se tienen entre ellos es más que reconfortante y alentador. 

Entiendo ahora que esperar va ligado a ofrecer. Yo espero una relación agradable y respetuosa entre hermanos y para ello ofrezco cercanía y respeto hacia sus necesidades individuales. Y así el amor se multiplica, de mi hacia ellos y de ellos hacia mi. 


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